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sábado, 23 de junio de 2012

"Construcciones en el análisis"; Freud (resumen)

I

Merece la pena que demos una noción detallada de cómo acostumbramos a llegar a la aceptación del «sí» o del «no» de nuestros pacientes durante el tratamiento psicoanalítico, de la expresión de su aceptación o de la negativa.
Es cosa sabida que el trabajo analítico aspira a inducir al paciente a que abandone sus represiones, que pertenecen a la primera época de su evolución, y a reemplazarlas por reacciones de una clase que corresponderían a un estado de madurez psíquica. Con este propósito a la vista debe llegar a recoger ciertas experiencias y los impulsos afectivos concitados por ellas que en ese momento ha olvidado. Para ello nos da fragmentos de esos recuerdos en sus ensueños de gran valor por sí mismos, pero grandemente desfigurados, por lo común, por todos los factores que intervienen en la formulación de los ensueños. También, si se entrega a la «asociación libre», produce ideas, en las que podemos descubrir alusiones a las experiencias reprimidas y derivativos de los impulsos afectivos suprimidos, lo mismo que de las reacciones contra ellos. Y finalmente existen indicios de repeticiones de los afectos que pertenecen al material reprimido que se encuentran en acciones realizadas por el paciente, algunas importantes, otras triviales, tanto dentro como fuera de la situación psicoanalítica. Nuestra experiencia ha demostrado que la relación de transferencia que se establece hacia el analista se halla particularmente calculada para favorecer el regreso de esas conexiones afectivas. De este material bruto -si podemos llamarlo así- es de donde hemos de extraer lo que buscamos.
Y lo que buscamos es una imagen del paciente de los años olvidados que sea verdadera y completa en todos los aspectos esenciales. Pero en este punto hemos de recordar que el trabajo analítico consta de dos porciones completamente distintas, que se llevan a cabo en dos localizaciones diferentes, que afecta a dos personas, a cada una de las cuales le es asignada una tarea distinta. La persona que está siendo psicoanalizada ha de ser inducida a recordar algo que ha sido experimentado por ella y reprimido. La tarea del psicoanalista, es hacer surgir lo que ha sido olvidado a partir de las huellas que ha dejado tras sí, o más correctamente, construirlo. El tiempo y modo en que transmite sus construcciones a la persona que está siendo psicoanalizada, así como las explicaciones con las que las acompaña, constituyen el nexo entre las dos partes del trabajo analítico, entre su propia parte y la del paciente.
Su trabajo de construcción o, si se prefiere, de reconstrucción, se parece mucho a una excavación arqueológica, excepto que el psicoanalista trabaja en mejores condiciones y dispone de más material en cuanto que no trata con algo destruido, sino con algo que todavía se halla vivo; deduce sus conclusiones de los fragmentos de recuerdos, de las asociaciones y de la conducta del sujeto con métodos de suplementación y combinación. También está sujeto a dificultades y fuentes de error.
Como hemos dicho, el psicoanalista trabaja en condiciones más favorables puesto que dispone por ejemplo, de la repetición de reacciones que datan de la infancia y todo lo que está indicado por la transferencia en conexión con estas repeticiones. Con respecto al objeto psíquico cuya temprana historia intenta recuperar el psicoanalista, todo lo esencial está conservado; incluso las cosas que parecen completamente olvidadas están presentes de alguna manera y en alguna parte y han quedado meramente enterradas y hechas inaccesibles al sujeto. Sólo depende de la técnica psicoanalítica el que tengamos el éxito de llevar completamente a la luz lo que se halla oculto. Sólo hay otros dos hechos que contrapesan la extraordinaria ventaja de la que disfruta el trabajo psicoanalítico: uno, que los objetos psíquicos son incomparablemente más complicados que el material de las excavaciones, y otro, que tenemos un insuficiente conocimiento de lo que podemos esperar encontrar en cuanto que su estructura más fina contiene tantas cosas que son todavía misteriosas. Para el analista la construcción es solamente una labor preliminar.

II

No es, sin embargo, una labor preliminar en el sentido de que haya de completarse antes de que pueda empezarse el trabajo siguiente. Ambas clases de trabajo se realizan simultáneamente, una de ellas marchando un poco por delante y la otra siguiéndola. El psicoanalista termina una construcción y la comunica al sujeto del análisis, de modo que pueda actuar sobre él; constituye entonces otro fragmento con el material que le llega, hace lo mismo y sigue de este modo alternativo hasta el final. Si en los trabajos sobre técnica psicoanalítica se dice tan poco acerca de las «construcciones» es porque en lugar de ellas se habla de las «interpretaciones» y de sus efectos. Pero creo que «construcción» es desde luego la palabra más apropiada. El término «interpretación» se aplica a alguna cosa que uno hace con algún elemento sencillo del material, como una asociación o una parapraxia. Pero es una construcción cuando uno coloca ante el sujeto analizado un fragmento de su historia anterior, que ha olvidado, de un modo aproximadamente como éste: «Hasta que tenía usted n años, se consideraba usted como el único e ilimitado dueño de su madre; entonces llegó otro bebé y le trajo una gran desilusión. Su madre le abandonó por algún tiempo, y aun cuando reapareció, nunca se hallaba entregada exclusivamente a usted. Sus sentimientos hacia su madre se hicieron ambivalentes, su padre logró una nueva importancia para usted», etc.
Ya al comienzo, se presenta la cuestión de qué garantías tenemos de que mientras trabajamos en ellas no cometemos errores y ponemos en peligro el éxito del tratamiento presentando alguna construcción que sea incorrecta. Naturalmente, constituye una pérdida de tiempo, y el que no haga otra cosa sino presentar al paciente falsas combinaciones no creará muy buena impresión en él ni irá muy lejos en su tratamiento; pero un pequeño error de esta clase no causará ningún perjuicio. Lo que en realidad ocurre en tales casos es más bien que el paciente permanece inconmovible por lo que se le ha dicho y no reacciona ni con un «sí» ni con un «no». Esto posiblemente sólo significa que su reacción queda pospuesta: pero si no resulta nada más podemos concluir que hemos cometido un error y debemos admitirlo así ante el paciente en alguna ocasión favorable para no poner en peligro nuestra autoridad. Esta oportunidad se presentará cuando llegue a la luz nuevo material que nos permita hacer una construcción mejor y corregir así nuestro error. De este modo la construcción errónea desaparece como si nunca se hubiera hecho.
De lo que hemos dicho se sigue que no nos sentimos inclinados a ignorar las indicaciones que pueden inferirse de la reacción del paciente cuando le hemos ofrecido una de nuestras construcciones. Es verdad que no aceptamos el «no» de una persona en tratamiento por su valor aparente, pero tampoco damos paso libre a su «sí».
Un simple «sí» puede significar que reconoce lo justo de la construcción que le ha sido presentada; pero también puede carecer de significado o incluso merece ser descrito como «hipócrita», puesto que puede ser conveniente para su resistencia hacer uso en sus circunstancias de un asentimiento para prolongar el ocultamiento de la verdad que no ha sido descubierta. El «sí» no tiene valor, a menos que sea seguido por confirmaciones indirectas, a menos que el paciente inmediatamente después de su «sí» produzca nuevos recuerdos que completen y amplíen la construcción. Solamente en tal caso consideramos que el «sí» se ha referido plenamente al sujeto que se discute.
Un «no» de una persona en tratamiento analítico es tan ambiguo como un «sí» y aún es de menos valor. En algunos casos raros se ve que es la expresión de un legítimo disentimiento. Mucho más frecuentemente expresa una resistencia que ha podido ser evocada en el sujeto por la construcción presentada, pero que también puede proceder de algún otro factor de la compleja situación analítica. Como todas estas construcciones son incompletas y cubren solamente pequeños fragmentos de los sucesos olvidados, podemos suponer que el paciente basa su contradicción en la parte que todavía no ha sido descubierta. Por lo regular no dará su asentimiento hasta que sepa la entera verdad.
Parece, por tanto, que es del mayor interés que hay formas indirectas de confirmación que son dignas de crédito en todos los aspectos. Una de ellas es la forma de expresión utilizada: «Yo no pensé nunca» (o «No debería haber pensado») «esto» o «en esto». Lo que puede ser traducido sin vacilaciones por: «Sí, tiene usted razón, acerca de mi inconsciente.» Por desgracia, esta fórmula, que es tan bien recibida por el analista, llega a sus oídos con más frecuencia después de las simples interpretaciones que tras haber producido una construcción amplia. Una confirmación igualmente valiosa está implicada cuando el paciente contesta con una asociación que contiene algo similar o análogo al contenido de la construcción.
Una confirmación indirecta por las asociaciones que se ajustan al contenido de una construcción -que nos dan un «también» - proporciona una base para juzgar si la construcción va a ser confirmada en el curso del análisis. Es particularmente notable que por medio de una parapraxia una confirmación de esta clase se insinúa en una negación.
Si un análisis está dominado por poderosos factores que imponen una reacción terapéutica negativa, tal como un sentimiento de culpabilidad, una necesidad masoquista de sufrimiento o repugnancia a recibir ayuda del psicoanalista, la conducta del paciente después de habérsele presentado una construcción hace con frecuencia muy fácil el que lleguemos a la decisión que estábamos buscando. Si la construcción es mala, no hay cambios en el paciente; pero si es acertada o se aproxima a la verdad, reacciona a ella con una inequívoca agravación de sus síntomas y de su estado general..
No hay justificación para que se nos reproche que descuidamos e infravaloramos la importancia de la actitud de los sujetos sometidos a análisis ante nuestras construcciones. Prestamos atención a ella y a menudo obtenemos valiosas informaciones. Pero esas reacciones por parte del paciente son raramente inequívocas y no proporcionan oportunidad para un juicio definitivo. Solamente el curso posterior del análisis nos faculta para decidir si nuestras construcciones son correctas o inútiles. No pretendemos que una construcción sea más que una conjetura que espera examen, confirmación o rechazo. No pretendemos estar en lo cierto, no exigimos una aceptación por parte del paciente ni discutimos con él si en principio la niega.

III

El camino que empieza en la construcción del analista debería acabar en los recuerdos del paciente, pero no siempre llega tan lejos. Con mucha frecuencia no logramos que el paciente recuerde lo que ha sido reprimido. En lugar de ello, si el análisis es llevado correctamente, producimos en él una firme convicción de la verdad de la construcción que logra el mismo resultado terapéutico que un recuerdo vuelto a evocar.
En ciertos análisis la comunicación de una construcción evidentemente acertada ha evocado en el paciente un fenómeno extraño y al principio incomprensible. Se les han provocado vivos recuerdos pero lo que han recordado no ha sido el suceso que constituía el objeto de la construcción, sino detalles relacionados con aquél. EI «surgimiento» de lo reprimido puesto en actividad por la presentación de la construcción, ha intentado llevar las huellas mnémicas importantes a la conciencia; pero una resistencia ha logrado no, en verdad, detener este movimiento, pero sí desplazarlo a objetos adyacentes de importancia menor.
Tal vez pueda ser una característica general de las alucinaciones a la que hasta ahora no se le ha concedido atención suficiente que en ellas reaparezca algo experimentado en la infancia y luego olvidado -algo que el niño ha visto u oído en una época en que apenas sabía hablar y que ahora se fragua un camino hasta la conciencia probablemente desfigurado y desplazado por la intervención de fuerzas que se oponen a su retorno. El proceso dinámico de una delusión es que el alejamiento de la realidad es puesto en marcha por la tendencia al surgimiento de lo reprimido para inculcar su contenido en la conciencia, mientras que la resistencia provocada por este proceso y el impulso al cumplimiento de deseos comparten la responsabilidad de la distorsión y el desplazamiento de lo que es recordado. Éste es también, el mecanismo habitual de los ensueños que la intuición ha comparado con la locura desde tiempo inmemorial.
Su esencia es que no sólo hay método en la locura, sino también un fragmento de verdad histórica; y es plausible suponer que la creencia compulsiva que se atribuye a las delusiones deriva su fuerza precisamente de fuentes infantiles de esta clase. Debería abandonarse el vano esfuerzo de convencer al paciente del error de sus delusiones y de su contradicción con la realidad, y, por el contrario, el reconocimiento de su núcleo de verdad proporcionaría una base común sobre la cual podría desarrollarse el trabajo terapéutico. Este trabajo consistiría en liberar el fragmento de verdad histórica de sus distorsiones y sus relaciones con el presente y hacerlo remontar al momento del pasado al cual pertenece. Con bastante frecuencia, cuando un neurótico es llevado por un estado de ansiedad a esperar la llegada de un suceso terrible, en realidad se halla bajo el influjo de un recuerdo reprimido (que intenta entrar en la conciencia, pero no puede hacerse consciente) de que alguna cosa que en aquel tiempo era terrorífica ocurrirá realmente.
Los delirios de los pacientes se aparecen como los equivalentes de las construcciones que edificamos en el curso de un tratamiento psicoanalítico: intentos de explicación y de curación, aunque es verdad que en las condiciones de una psicosis no puedan hacer más que sustituir el fragmento de realidad que está siendo negado en el presente por otro fragmento que ya fue rechazado en remoto pasado. Será la tarea de cada investigación individual revelar las conexiones íntimas entre el material del rechazo presente y el de la represión primitiva. Los que están sujetos a delirios sufren por sus propias reminiscencias. Con esta breve fórmula intento discutir la complejidad de los orígenes de la enfermedad o excluir la intervención de muchos otros factores.
Si consideramos a la humanidad también ella ha desarrollado delusiones que son inaccesibles a la crítica lógica y contradicen la realidad. Si a pesar de esto son capaces de ejercer un extraordinario poder sobre los hombres, es porque deben su poder al elemento de verdad histórica que han traído desde la represión de lo olvidado y del pasado primigenio.

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